Vivió en Vigo, su ciudad natal, hasta los catorce años, en la casa familiar situada a orillas de la ría donde disfruta del contacto continuo con la naturaleza.
Hija y nieta de arquitectos, asistió en el bachillerato a las clases de dibujo que impartía Carlos Maside, que fue el primero en fijarse en sus cualidades pictóricas, como ella misma señala: «Me preguntó si me gustaba dibujar, y ante mi respuesta entusiasta, me indicó que le llevase los que yo hacía en casa. Ilusionada llevé lo que tenía, un par de carpetas con acuarelas, etc.; las revisó con toda calma y luego me preguntó si me gustaría ser pintora. Yo, la verdad, nunca me había imaginado que se pudiese uno dedicar a aquello que más le gustaba, quedé fascinada. La sola idea me parecía una posibilidad maravillosa».
Con su familia vivió a caballo entre Vigo y Madrid, donde asistió a las clases de Julio Moisés, quien recomienda a su padre que ingrese en la Academia de San Fernando, donde obtendría una formación más completa. En un primer momento, este se mostró reticente por el ambiente bohemio que se respiraba en la Escuela y por la realización de desnudos al natural que allí se llevaban a cabo. Finalmente, accedió y María Victoria asistió como alumna libre a clases del propio Julio Moisés y de Joaquín Valverde. Terminados sus estudios en la Escuela, acudió a los talleres libres del Círculo de Bellas Artes, donde pintaban modelos sin la supervisión del profesorado, y visitó muchas exposiciones y museos para observar las técnicas de los grandes pintores.
En 1959 realizó un mural de 120 m2 en la Facultad de Ciencias de Santiago de Compostela. Fue su primer encargo de gran envergadura y en él puso una gran ilusión. Ganó el Premio de la Crítica a la mejor exposición celebrada en el año 1962 en la Sala del Prado, y dos años después se casó con el pintor Máximo de Pablos. A ambos les concedieron las bolsas de viaje de la Fundación March gracias a las cuales visitaron Holanda, Bélgica, Francia y Venecia, donde María Victoria participó en la XXXII Bienal de Venecia con tres grandes cuadros. Continuó viajando por Alemania e Italia, país que le impresionó muchísimo. Al poco de regresar a Madrid, en 1966, su matrimonio se rompió.
Asidua al Café Gijón, conoció a multitud de artistas y escritores como Cristino Mallo, Pancho Cossío y Umbral. Unos amigos comunes le presentaron a la también pintora gallega María Antonia Dans, con la que trabó una gran amistad que duraría hasta su muerte. El fallecimiento de su madre, con la que vivía desde su separación matrimonial, la sumió en una profunda tristeza y un deseo de huir de la casa en la que habían compartido tantos momentos juntas, por lo que se trasladó a Altea, Alicante. Allí, la añoranza del ambiente cultural madrileño la hizo regresar a Madrid y volver a su vida anterior. En 1997 recibió la Medalla Castelao, máxima distinción de la Comunidad Autónoma Gallega.
Fallece en Madrid en el año 2009.
Los comienzos de su trayectoria pictórica pueden encuadrarse dentro de la neofiguración, con un espíritu expresionista y un léxico donde el tratamiento del color y la materia se desvelan como elementos determinantes, llegando, incluso, a la frontera con la abstracción. Su sólido oficio y, sobre todo, su vocación de plasmar la individualidad de objetos y personajes la llevan a un lento proceso evolutivo hasta que, a partir de los años setenta, convierte la materia en suaves veladuras, ligeras texturas azuladas, amarillas y ocres.
María Victoria recrea sus espacios circundantes, estampas de un mundo próximo que transcribe sin anécdotas, buscando lo individual de cada objeto que parece anclado en el tiempo. Todo ello con un cromatismo de gran riqueza y un juego lumínico que actúa también como elemento expresivo.